martes, 1 de noviembre de 2011

Tras la Ley (o sentido homenaje al hombre escarabajo)

El guardián dijo que esa puerta había sido sólo para mí todos estos años y me la cerró, despiadado, ante mis ojos.
¡Blam! Tremenda corriente de aire tapona-vidas justo cuando éstos empezaban a perder facultades. Quizá hizo bien. Ya no era capaz de distinguir la luz que entraba y salía de las jambas abiertas y que hasta hacía bien poco me dejaba vislumbrar el peluche de su casaca y las pulgas de su cuello.

Poco después me desperté en otro lugar, más blanco y menos frío. Se podía respirar, no como antes, y las palabras cristalizaban ligeras, sin la abotargante dictadura de la K mayúscula que hacía guturales nuestros sonidos al otro lado.
Porque ahora estoy al otro lado.
Supongo que es el de mi puerta, que tantos años quise cruzar sin atreverme, aunque bien pudiera ser que se tratase de cualquier otra: todas deben de parecerse mucho desde la Kosta Ka de la vida.
Respiro aliviado y resuelto. ¡Por fin! ¡Después de tanto tiempo...! Ya no hay guardián que me impida acceder a mi única entrada, seguir por mi único camino, proseguir mi... ¡pero, espera! Algo noto en el cuello que me hace cosquillas.
Tengo puesto un abrigo enorme que no necesito, la temperatura, ya dije, es agradable. Entre las solapas peludas de mi nuevo e inesperado gabán encuentro un parásito pequeño. Me dispongo a asesinarlo con la simple presión digital cuando escucho un castañeteo y me vuelvo.
Allí a mi lado hay un hombre. Es pequeño e insignificante desde mi altura. Me recuerda al pequeño piojito que acabo de cazarme entre el pelo prestado del pecho.
Tirita de frío ajeno a mi presencia. Ahora que me ha visto redobla los temblores por lo que deduzco que me he convertido en un sujeto amenazador y, cuanto menos, tremendamente grande. Yo, que siempre fui enclenque y un poco pusilánime...
No me parece extraño. Podría exprimirle los sesos con las manos, si quisiera, con mi aspecto de ogro, del otro lado.

De los bolsillos le caen briznas de hierba y semillas de cebada y se restriega frenético las manos toscas, curtidas y fuertes, para darse ánimo y calor.
Deambula por el patio blanco de la Ley. Se aproxima a pasos muy cortos, como no queriendo. Con una mirada a media asta, que no me llega a la barba, me va pidiendo permiso sin palabras.
Creo que quiere pasar por la puerta que antes era mía. Alguna fuerza extraña me dice que no debo permitírselo y, de hecho, no lo hago situándome en medio del quicio, tapándole la luz con mi cuerpo enorme.

Tras vacilar unos momentos decide envalentonarse y encaramándose a las puntillas de sus pies me pregunta desde abajo si más tarde podrá hacerlo. Si después podrá por fin cruzar bajo ese marco único que él pronuncia de una forma asquerosamente gutural.
-Es posible.- le miento con absoluto desprecio. – De hecho, nunca debes dejar de intentarlo.

4 comentarios:

isbl dijo...

http://www.apocatastasis.com/ante-la-ley-franz-kafka.php#axzz1cyEVX23V

la Condesa Descalza dijo...

muy kafka, sí señora, me gusta!

la Condesa Descalza dijo...

queremos más dramatismos!!!!

isbl dijo...

Sin problema Condesa. En breve le prometo alguno.